El Rey León desde otra perspectiva

Tener sobrinos no está tan mal: chillan, te toca limpiarles el culo, no te dejan dormir y hasta muerden, pero son una excusa perfecta para revisionar películas de la infancia sin que se rían de ti tus amigos.

— Venga, vente que te voy a poner otra vez la película esta de «La Bella y la Bestia» que tanto te gusta.

— No, tío, quiero jugar a la pelota.

— Tú no sabes lo que quieres. Siéntate aquí que vamos a ver esto.

En una de estas, he vuelto a ver -tras muchos años- El Rey León, que es una fuente inagotable de recuerdos (entre ellos de mi primer amor, Nala adulta).

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Nala con el sex-appeal subido

Lo que pasa es que esta película pierde mucho si uno se plantea cosas en lugar de tragarse lo que le echan. Como republicano convencido, ya de pequeño me chirriaba que me tuviese que caer bien Mufasa sólo por ser el rey, así que cuando la volví a ver, con mucho más sentido crítico, no pude evitar intentar no creerme que los buenos eran los leones y las malas las hienas, sino intentar formar mi propia opinión a partir de los hechos. Y la verdad es que la versión oficial, esa que cuentan desde los medios propagandistas de Disney (¿?), no soporta un análisis serio. Empecemos por el principio:

Al empezar la película vemos la mítica escena de la savana, el barrido sobre las planicies africanas y finalmente a todos los animales inclinándose, preparados para recibir a su nuevo príncipe. ¿No hay algo raro en esta escena?

Efectivamente, hay antílopes saludando a su nuevo príncipe. PUTOS ANTÍLOPES. Los leones comen antílopes, ¿qué hacen ahí? ¿Por qué adoran a quien se los va a comer? Dios santo, están celebrando el nacimiento del nuevo mandatario absoluto, del jefe de aquellas voraces leonas que les darán caza, atraparán a sus crías y las devorarán vivas. Están completamente alienadas, viven a través de los ojos de sus superiores, sin darse cuenta de que lo que es bueno para unos sin duda no lo será para otros.

La banda sonora en este momento te deja caer que bueno, que es que es el ciclo de la vida que todos aceptan, que no hay rencores, todos lo entienden; sin embargo a mí se me ocurre otra teoría con bastante más sentido: ¿y si la savana es un régimen como ese que nos cuentan de Corea del Norte? El antílope que menos celebre el nacimiento del nuevo heredero o que menos llore en el funeral del jefe del Estado es torturado y condenado. Así, todos obedientes a alegrarse o a llorar cuando los leones lo consideren oportuno.

La película sigue con la presentación -bastante parcial, todo hay que decirlo- de Scar, hermano de Mufasa y segundo en la línea de sucesión. En esta escena, Scar está jugando con un ratón antes de comérselo, y se intenta criminalizar ese hecho. ¿Qué cojones esperan, un león vegetariano? ¿Acaso está bien que Mufasa se tire en la Roca del Clan a esperar a que su mujer le traiga la comida -una cría de gacela, cuyos padres viven bajo la bota tirana de un rey que se alimenta de su propio pueblo- pero está mal que Scar cace un ratón?

De todas maneras, no todo es malo cuando uno ve esta película con un poco de madurez, porque encuentra paralelismos muy divertidos entre la Casa Real española y la africana: uno que asesina a su hermano para convertirse en rey, un acceso legítimo al trono truncado por el nacimiento del sobrino…

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«¡A mí no me des la espalda, Leandro!»

A estas alturas ya sabemos que Scar quiere el trono, y que está frustrado por el nacimiento de su sobrino. Si aceptamos la maldad de Scar como un hecho, es bastante evidente que la monarquía que tanto se defiende en esta película es un sistema lamentable, que permite el acceso al poder de manera indefinida a un ser maligno simplemente por ser hijo de quien es. Si por el contrario no creemos que Scar sea malo, sino que son sus circunstancias y que cualquiera enloquecería si sus proyectos de toda una vida (gobernar) se viesen truncados por el nacimiento de un bebé al cual le conceden derechos de gobierno sin ni siquiera preparación, vamos a tener que presenciar cómo se asesina a alguien que tan sólo es víctima de su entorno y cómo eso se percibe como una gran victoria de la justicia. Pero voy a intentar no adelantarme.

Tras esta sesgada presentación de Scar, llega la hora de la charla de Mufasa a Simba, en la que hablan del ciclo de la vida y de cómo hay que respetar a todas las criaturas. Acecharlas, saltar sobre ellas, arrancarles la yugular con tus propios dientes, intentar acorralar a las crías más inexpertas, asesinarlas y devorar sus cadáveres, pero siempre con respeto.

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«Cuando mueres de forma natural ellos comen hierba, así que puedes destrozarles sin sentirte culpable, Simba»

En esta escena también se presenta una de las claves de la película: la zona prohibida, fuera de los dominios del reino. Creo que es clave esa frase: esa zona se encuentra fuera del control de los leones, Mufasa no es soberano allí, no puede hacer y deshacer a su antojo.

Bueno, pues Simba, que como es príncipe hace lo que le sale de los cojones, decide que es una idea cojonuda adentrarse en un territorio que no le corresponde a ver qué se cuece. Tras engañar a su madre parte con Nala (ay) al cementerio de elefantes, donde se topa con los personajes más importantes de toda la película: las hienas.

Las hienas son tres: Shenzi, Banzai y Ed. Es indispensable comentar que Ed, que será presentado como uno de los mayores villanos de la película, es retrasado mental. Pues resulta que estas hienas viven en el cementerio de elefantes, y no es por gusto: Mufasa las desterró. ¿Por qué? Por ser hienas. Así es, el ecuánime rey decidió que la especie a la que pertenecieses era condición suficiente para condenarte al exilio, sin importar que no pudieses valerte por ti mismo (como en el caso de Ed) o que ni siquiera hubieses cometido ningún crimen (como sería el caso de las hienas nacidas una vez que el exilio ya era efectivo).

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Shenzi, Banzai y Juan Manuel de Prada

Bueno, estábamos en que nuestro amado príncipe, que nos cae estupendamente porque su única preocupación es (textualmente) «salirse con la suya», ha decidido cometer un ataque contra la soberanía de las hienas, adentrándose en sus dominios. Estas, privadas de comida debido a que no pueden entrar a alimentarse a la zona rica de caza ni siquiera siendo en su mayoría carroñeras -es decir, que no le quitarían presas a los leones, sólo se quedarían con sus restos-, deciden comerse a los intrusos. Aunque en un principio pueda parecer repulsivo, hemos de tener cuidado con las dos varas de medir: si nos parece normal que Mufasa se coma al pueblo que le rinde pleitesía, y hasta se lo inculque a su hijo, no podemos condenar que un grupo de exiliados que se muere de hambre cace aquello que se encuentra en sus dominios.

Pero ¡ah! Las malvadas hienas nunca se saldrán con la suya. Como si de un gobierno imperialista se tratase, Mufasa decidirá violar la soberanía de las hienas una vez más y amenazarlas de muerte: si vuelven a acercarse a su hijo, las matará. Recordemos que ha sido su hijo el que ha invadido territorio extranjero, y que ese territorio pertenece precisamente a las hienas debido a la negativa de Mufasa de dejarlas entrar a la savana otra vez.

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La clave es el respeto a las otras especies

Ahora hay un discurso muy bonito de Mufasa a Simba, con frases tan buenas como «Nadie puede meterse con tu padre». Aquí, Mufasa intenta educar a su hijo en los valores de un buen rey, siendo el más importante la valentía (no confundiendo valentía con buscar problemas); sin embargo, si miramos diez minutos antes en la película vemos cómo Zazú, encargado de la educación de Simba en ausencia de Mufasa, le anima a crecer fuerte para «poder perseguir a esos animalejos carroñeros y torpes desde el alba hasta el atardecer». Yo no es que sea Súper Nanny, pero aquí falla algo, Mufasa: por una parte hablamos del respeto a las demás especies y de evitar problemas, y por otra parte se está alentando a tu hijo a ejercer un genocidio sobre una raza, de buscar a unos desterrados y darles caza.

Y por fin, la escena que explica toda la película, la escena que contiene la frase que resume la increíble desigualdad que impera en este reino de fantasía: Scar convenciendo a las hienas para dar un golpe de Estado. Todo empieza con las hienas -a las que intentan pintar como malas- intentando devorarse mutuamente del hambre que tienen. Banzai afirma odiar las cadenas, frase que recuerda mucho a nuestro cañí «Que vivan las caenas«, lo cual no parece casual. Se está poniendo en boca de un personaje que debe generarnos animadversión el rechazo a las ataduras monárquicas, como si esta fuese una idea propia de gente baja, sin ninguna catadura moral.

Mientras andan peleando, aparece Scar, que en una de las mejores canciones del cine, las convence para alzarse contra Mufasa. Dos son los puntos importantes en esta escena, siendo el primero la cantidad de hienas que existen. Aunque uno podría pensar que las hienas eran tres gatos, podemos observar que son un pueblo entero, lo cual hace mucho más difícil pensar que el exilio sea por otra cosa que por motivos racistas, ¿o es que acaso todas estas hienas han cometido un crimen tan grave como para merecer destierro?

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¡Vivan las caenas!

El segundo punto es el más importante, y creo que siempre pasa desapercibido. Para ganarse su favor, Scar grita «Apoyadme, ¡y jamás volveréis a pasar hambre!». Ojo, no les está prometiendo oro, joyas o poder, les está prometiendo alimento. Un pueblo entero se rebela sólo para poder comer, ¿de verdad pretenden que nos creamos durante más tiempo que Mufasa era un rey bondadoso?

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Dicen que no hay comida. SÍ SE PUEDE, PERO NO QUIEREN.

Lo que viene ahora es también muy revelador: Scar toma posesión del trono tras la muerte de Mufasa, y afirma que empieza una era en la que leones y hienas «se aliarán para un futuro glorioso», lo cual es tomado de buen agrado por las hienas pero con terror por las leonas. ¿Qué ocurre? ¿Temen que se acabe su hegemonía? ¿Tal vez el poder que ostentaban por ser los animales más fuertes se iba a ver eclipsado por el número de hienas, y ya no podrían campar a sus anchas?

Por su parte, Simba es rescatado por los que tal vez sean los dos mejores personajes Disney de todos los tiempos, Timón y Pumba. Curiosamente, si Simba hubiese tenido la oportunidad y el tamaño hubiese devorado a Pumba, pero gracias a MONESVOL no todo el mundo es como Simba.

Timón y Pumba, por su parte, son dos hippies de toda la vida. Viven en contacto con la naturaleza, viviendo sin lujos y aprendiendo a ser felices con lo que tienen, haciendo gala de esa austeridad sana de la que hablaba Anguita, y deciden ayudar a salir del bache a Simba sin pedirle nunca nada a cambio. Eso no evita que cuando a Simba le dicen que oye, que no es tan odiado, que puede volver a recuperar el trono, decida arriesgar a sus dos mejores amigos para poder ostentar el poder que le corresponde. Sí, aunque su formación para rey acabase cuando tenía un par de años de edad.

Mientras tanto, en la Roca del Clan el paisaje es desolador: es de noche permanentemente (¿?) y parece que no hay comida. ¡Ah, así que Mufasa tenía razón expulsando a las hienas, porque son ellas las que rompen el equilibrio del ecosistema! No tan rápido, amiguito: en la escena en la que se ve a las hienas quejándose de la falta de comida afirman que no hay «comida ni agua», así que o las hienas son auténticas esponjas -que no lo son- o el problema no son ellas. Al parecer, había una sequía importante en aquella época, que hizo migrar a los animales herbívoros hacia lugares con más agua, llevándose así el alimento. Además, las leonas se negaban a cazar como forma de boicot. Pero el problema son las hienas, ¿eh? No le des más vueltas al tema, si no hay agua y el tiempo es malo es culpa de las hienas.

Y lo que falta es historia y todos lo conocemos: la muerte de Scar y que vuelva mágicamente la estación de lluvias coincidiendo con el ascenso al poder de Simba. Aunque Scar no es ningún santo, y ciertamente su muerte fue un accidente, no podemos llamar bueno a ningún otro león tampoco, ni de la familia real ni de los plebeyos, puesto que su inacción ante el genocidio a las hienas les hace cómplices.

Espero que este somero análisis del clásico de Disney os haya valido para tener un poco más de sentido crítico ante la vida, y sobre todo para acabar con el estigma que pesa sobre las hienas: no son malas criaturas, dejadlas alimentarse.