El Rey León desde otra perspectiva

Tener sobrinos no está tan mal: chillan, te toca limpiarles el culo, no te dejan dormir y hasta muerden, pero son una excusa perfecta para revisionar películas de la infancia sin que se rían de ti tus amigos.

— Venga, vente que te voy a poner otra vez la película esta de «La Bella y la Bestia» que tanto te gusta.

— No, tío, quiero jugar a la pelota.

— Tú no sabes lo que quieres. Siéntate aquí que vamos a ver esto.

En una de estas, he vuelto a ver -tras muchos años- El Rey León, que es una fuente inagotable de recuerdos (entre ellos de mi primer amor, Nala adulta).

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Nala con el sex-appeal subido

Lo que pasa es que esta película pierde mucho si uno se plantea cosas en lugar de tragarse lo que le echan. Como republicano convencido, ya de pequeño me chirriaba que me tuviese que caer bien Mufasa sólo por ser el rey, así que cuando la volví a ver, con mucho más sentido crítico, no pude evitar intentar no creerme que los buenos eran los leones y las malas las hienas, sino intentar formar mi propia opinión a partir de los hechos. Y la verdad es que la versión oficial, esa que cuentan desde los medios propagandistas de Disney (¿?), no soporta un análisis serio. Empecemos por el principio:

Al empezar la película vemos la mítica escena de la savana, el barrido sobre las planicies africanas y finalmente a todos los animales inclinándose, preparados para recibir a su nuevo príncipe. ¿No hay algo raro en esta escena?

Efectivamente, hay antílopes saludando a su nuevo príncipe. PUTOS ANTÍLOPES. Los leones comen antílopes, ¿qué hacen ahí? ¿Por qué adoran a quien se los va a comer? Dios santo, están celebrando el nacimiento del nuevo mandatario absoluto, del jefe de aquellas voraces leonas que les darán caza, atraparán a sus crías y las devorarán vivas. Están completamente alienadas, viven a través de los ojos de sus superiores, sin darse cuenta de que lo que es bueno para unos sin duda no lo será para otros.

La banda sonora en este momento te deja caer que bueno, que es que es el ciclo de la vida que todos aceptan, que no hay rencores, todos lo entienden; sin embargo a mí se me ocurre otra teoría con bastante más sentido: ¿y si la savana es un régimen como ese que nos cuentan de Corea del Norte? El antílope que menos celebre el nacimiento del nuevo heredero o que menos llore en el funeral del jefe del Estado es torturado y condenado. Así, todos obedientes a alegrarse o a llorar cuando los leones lo consideren oportuno.

La película sigue con la presentación -bastante parcial, todo hay que decirlo- de Scar, hermano de Mufasa y segundo en la línea de sucesión. En esta escena, Scar está jugando con un ratón antes de comérselo, y se intenta criminalizar ese hecho. ¿Qué cojones esperan, un león vegetariano? ¿Acaso está bien que Mufasa se tire en la Roca del Clan a esperar a que su mujer le traiga la comida -una cría de gacela, cuyos padres viven bajo la bota tirana de un rey que se alimenta de su propio pueblo- pero está mal que Scar cace un ratón?

De todas maneras, no todo es malo cuando uno ve esta película con un poco de madurez, porque encuentra paralelismos muy divertidos entre la Casa Real española y la africana: uno que asesina a su hermano para convertirse en rey, un acceso legítimo al trono truncado por el nacimiento del sobrino…

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«¡A mí no me des la espalda, Leandro!»

A estas alturas ya sabemos que Scar quiere el trono, y que está frustrado por el nacimiento de su sobrino. Si aceptamos la maldad de Scar como un hecho, es bastante evidente que la monarquía que tanto se defiende en esta película es un sistema lamentable, que permite el acceso al poder de manera indefinida a un ser maligno simplemente por ser hijo de quien es. Si por el contrario no creemos que Scar sea malo, sino que son sus circunstancias y que cualquiera enloquecería si sus proyectos de toda una vida (gobernar) se viesen truncados por el nacimiento de un bebé al cual le conceden derechos de gobierno sin ni siquiera preparación, vamos a tener que presenciar cómo se asesina a alguien que tan sólo es víctima de su entorno y cómo eso se percibe como una gran victoria de la justicia. Pero voy a intentar no adelantarme.

Tras esta sesgada presentación de Scar, llega la hora de la charla de Mufasa a Simba, en la que hablan del ciclo de la vida y de cómo hay que respetar a todas las criaturas. Acecharlas, saltar sobre ellas, arrancarles la yugular con tus propios dientes, intentar acorralar a las crías más inexpertas, asesinarlas y devorar sus cadáveres, pero siempre con respeto.

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«Cuando mueres de forma natural ellos comen hierba, así que puedes destrozarles sin sentirte culpable, Simba»

En esta escena también se presenta una de las claves de la película: la zona prohibida, fuera de los dominios del reino. Creo que es clave esa frase: esa zona se encuentra fuera del control de los leones, Mufasa no es soberano allí, no puede hacer y deshacer a su antojo.

Bueno, pues Simba, que como es príncipe hace lo que le sale de los cojones, decide que es una idea cojonuda adentrarse en un territorio que no le corresponde a ver qué se cuece. Tras engañar a su madre parte con Nala (ay) al cementerio de elefantes, donde se topa con los personajes más importantes de toda la película: las hienas.

Las hienas son tres: Shenzi, Banzai y Ed. Es indispensable comentar que Ed, que será presentado como uno de los mayores villanos de la película, es retrasado mental. Pues resulta que estas hienas viven en el cementerio de elefantes, y no es por gusto: Mufasa las desterró. ¿Por qué? Por ser hienas. Así es, el ecuánime rey decidió que la especie a la que pertenecieses era condición suficiente para condenarte al exilio, sin importar que no pudieses valerte por ti mismo (como en el caso de Ed) o que ni siquiera hubieses cometido ningún crimen (como sería el caso de las hienas nacidas una vez que el exilio ya era efectivo).

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Shenzi, Banzai y Juan Manuel de Prada

Bueno, estábamos en que nuestro amado príncipe, que nos cae estupendamente porque su única preocupación es (textualmente) «salirse con la suya», ha decidido cometer un ataque contra la soberanía de las hienas, adentrándose en sus dominios. Estas, privadas de comida debido a que no pueden entrar a alimentarse a la zona rica de caza ni siquiera siendo en su mayoría carroñeras -es decir, que no le quitarían presas a los leones, sólo se quedarían con sus restos-, deciden comerse a los intrusos. Aunque en un principio pueda parecer repulsivo, hemos de tener cuidado con las dos varas de medir: si nos parece normal que Mufasa se coma al pueblo que le rinde pleitesía, y hasta se lo inculque a su hijo, no podemos condenar que un grupo de exiliados que se muere de hambre cace aquello que se encuentra en sus dominios.

Pero ¡ah! Las malvadas hienas nunca se saldrán con la suya. Como si de un gobierno imperialista se tratase, Mufasa decidirá violar la soberanía de las hienas una vez más y amenazarlas de muerte: si vuelven a acercarse a su hijo, las matará. Recordemos que ha sido su hijo el que ha invadido territorio extranjero, y que ese territorio pertenece precisamente a las hienas debido a la negativa de Mufasa de dejarlas entrar a la savana otra vez.

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La clave es el respeto a las otras especies

Ahora hay un discurso muy bonito de Mufasa a Simba, con frases tan buenas como «Nadie puede meterse con tu padre». Aquí, Mufasa intenta educar a su hijo en los valores de un buen rey, siendo el más importante la valentía (no confundiendo valentía con buscar problemas); sin embargo, si miramos diez minutos antes en la película vemos cómo Zazú, encargado de la educación de Simba en ausencia de Mufasa, le anima a crecer fuerte para «poder perseguir a esos animalejos carroñeros y torpes desde el alba hasta el atardecer». Yo no es que sea Súper Nanny, pero aquí falla algo, Mufasa: por una parte hablamos del respeto a las demás especies y de evitar problemas, y por otra parte se está alentando a tu hijo a ejercer un genocidio sobre una raza, de buscar a unos desterrados y darles caza.

Y por fin, la escena que explica toda la película, la escena que contiene la frase que resume la increíble desigualdad que impera en este reino de fantasía: Scar convenciendo a las hienas para dar un golpe de Estado. Todo empieza con las hienas -a las que intentan pintar como malas- intentando devorarse mutuamente del hambre que tienen. Banzai afirma odiar las cadenas, frase que recuerda mucho a nuestro cañí «Que vivan las caenas«, lo cual no parece casual. Se está poniendo en boca de un personaje que debe generarnos animadversión el rechazo a las ataduras monárquicas, como si esta fuese una idea propia de gente baja, sin ninguna catadura moral.

Mientras andan peleando, aparece Scar, que en una de las mejores canciones del cine, las convence para alzarse contra Mufasa. Dos son los puntos importantes en esta escena, siendo el primero la cantidad de hienas que existen. Aunque uno podría pensar que las hienas eran tres gatos, podemos observar que son un pueblo entero, lo cual hace mucho más difícil pensar que el exilio sea por otra cosa que por motivos racistas, ¿o es que acaso todas estas hienas han cometido un crimen tan grave como para merecer destierro?

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¡Vivan las caenas!

El segundo punto es el más importante, y creo que siempre pasa desapercibido. Para ganarse su favor, Scar grita «Apoyadme, ¡y jamás volveréis a pasar hambre!». Ojo, no les está prometiendo oro, joyas o poder, les está prometiendo alimento. Un pueblo entero se rebela sólo para poder comer, ¿de verdad pretenden que nos creamos durante más tiempo que Mufasa era un rey bondadoso?

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Dicen que no hay comida. SÍ SE PUEDE, PERO NO QUIEREN.

Lo que viene ahora es también muy revelador: Scar toma posesión del trono tras la muerte de Mufasa, y afirma que empieza una era en la que leones y hienas «se aliarán para un futuro glorioso», lo cual es tomado de buen agrado por las hienas pero con terror por las leonas. ¿Qué ocurre? ¿Temen que se acabe su hegemonía? ¿Tal vez el poder que ostentaban por ser los animales más fuertes se iba a ver eclipsado por el número de hienas, y ya no podrían campar a sus anchas?

Por su parte, Simba es rescatado por los que tal vez sean los dos mejores personajes Disney de todos los tiempos, Timón y Pumba. Curiosamente, si Simba hubiese tenido la oportunidad y el tamaño hubiese devorado a Pumba, pero gracias a MONESVOL no todo el mundo es como Simba.

Timón y Pumba, por su parte, son dos hippies de toda la vida. Viven en contacto con la naturaleza, viviendo sin lujos y aprendiendo a ser felices con lo que tienen, haciendo gala de esa austeridad sana de la que hablaba Anguita, y deciden ayudar a salir del bache a Simba sin pedirle nunca nada a cambio. Eso no evita que cuando a Simba le dicen que oye, que no es tan odiado, que puede volver a recuperar el trono, decida arriesgar a sus dos mejores amigos para poder ostentar el poder que le corresponde. Sí, aunque su formación para rey acabase cuando tenía un par de años de edad.

Mientras tanto, en la Roca del Clan el paisaje es desolador: es de noche permanentemente (¿?) y parece que no hay comida. ¡Ah, así que Mufasa tenía razón expulsando a las hienas, porque son ellas las que rompen el equilibrio del ecosistema! No tan rápido, amiguito: en la escena en la que se ve a las hienas quejándose de la falta de comida afirman que no hay «comida ni agua», así que o las hienas son auténticas esponjas -que no lo son- o el problema no son ellas. Al parecer, había una sequía importante en aquella época, que hizo migrar a los animales herbívoros hacia lugares con más agua, llevándose así el alimento. Además, las leonas se negaban a cazar como forma de boicot. Pero el problema son las hienas, ¿eh? No le des más vueltas al tema, si no hay agua y el tiempo es malo es culpa de las hienas.

Y lo que falta es historia y todos lo conocemos: la muerte de Scar y que vuelva mágicamente la estación de lluvias coincidiendo con el ascenso al poder de Simba. Aunque Scar no es ningún santo, y ciertamente su muerte fue un accidente, no podemos llamar bueno a ningún otro león tampoco, ni de la familia real ni de los plebeyos, puesto que su inacción ante el genocidio a las hienas les hace cómplices.

Espero que este somero análisis del clásico de Disney os haya valido para tener un poco más de sentido crítico ante la vida, y sobre todo para acabar con el estigma que pesa sobre las hienas: no son malas criaturas, dejadlas alimentarse.

Dobles raseros

Ultimamente estoy haciendo un esfuerzo por conocer las dos versiones de cada historia política que leo. Aunque algunas veces da risa (como la explicación de Cospedal sobre el despido de Bárcenas), la mayoría de ellas es un ejercicio muy interesante; uno no puede evitar sorprenderse con el doble rasero que utilizamos desde Europa a la hora de juzgar sucesos ocurridos en otros países, normalmente socialistas, en comparación con lo que tenemos por aquí. Algunas veces es tan obvio que no entiendo cómo la sociedad puede estar tan ciega.

Pongamos como ejemplo inicial a Chávez, viendo que últimamente todos sabemos tanto de él.

No mires esto, idiota, sigue leyendo

[1] «¡Aquí huele a asufre

Cualquiera que haya visto la televisión en España en los últimos 10 años sabe muchísimas cosas de Venezuela: tienen mucho petróleo, Chávez era un dictador, las elecciones eran amañadas, la inseguridad en las calles es altísima, los votantes son unos desinformados y pffffjajajajaja ¡el segundo al mando de Chávez antes trabajaba como conductor de metro! ¡Vaya país de mierda Venezuela!

Si bien es cierto que la inseguridad en ciudades como Caracas es muy alta, y ahí no hay comparación, creo que no viene mal refrescar algunos datos:

  • Chávez era un dictador: sin duda, debe de ser el primer dictador del mundo en ganar elecciones para renovar su puesto. En concreto, desde que llegó al poder (ganando las elecciones presidenciales en 1998), ganó en el 2000, 2006 y 2012. Además, desde entonces se han hecho diversos referendos (que ganó y perdió) para reformar la Constitución.
  • Bueno, amañando unas elecciones cualquiera gana: para hacer una acusación así imagino que uno traerá pruebas sólidas, más allá del sentimiento de superioridad occidental. Desde luego,la fundación Carter tiene bastante buena opinión de las últimas elecciones venezolanas y del referéndum de 2004 (pág. 78).
  • ¡Pero si era un populista! ¡Esa gente no sabe votar!: o igual sí, ¿eh? Al menos yo no culparía a alguien por votar a un gobierno que en 13 años hizo disminuir la pobreza del 70% al 23% y la pobreza extrema, según algunas fuentes, del 42% al 9.5%. De todas formas, respecto a la medición de la pobreza recomiendo este artículo de Juan Torres López y Alberto Montero Soler de 2004.

No soy, ni pretendo serlo, analista económico o político, así que no esperéis respuestas a «Pero, ¿y la inflación?» o «Sí, sí, pero Venezuela no ha resuelto su problema de dependencia con el exterior», porque no me concierne a mí juzgarlo. Tampoco pretendo hacer de este post una defensa a ultranza del gobierno chavista, principalmente por mi desconocimiento. Sólo pretendo comentar la otra cara de la moneda, la que no suele salir por televisión, y sobre todo (y ahora voy a eso) mostrar la doble vara de medir que tenemos. Muchos de los ejemplos que voy a usar son de Venezuela, y es principalmente porque es lo que más se ha comentado por España estos días.

Aquí presumimos de gran libertad de expresión, y pobrecitos los países socialistas que carecen de ella. Porque todos recordamos cuando en Venezuela cerraron RCTV, ¿no? Bueno, vale, no la cerraron, simplemente no le renovaron la licencia para emitir en el espectro público, pero ¡qué mamón Chávez! Si lo único que habían hecho era apoyar un golpe de Estado contra él y no cubrir el levantamiento popular para restaurar el gobierno democrático. Creo que es muy importante preguntarse qué hubiese pasado en España si un golpe militar como el 23F ocurriese hoy y alguna televisión se dedicase a aplaudirlo, y cuando el pueblo se alzase contra él (¿os imagináis arriesgaros a que os cosan a tiros por defender a Rajoy?) se dedicasen a ignorarlo. ¿De verdad creemos que no habría consecuencias? ¿En el mismo país donde se secuestró la portada de una revista por una viñeta satírica?

Aquí lamentamos a los pobres que viven bajo ‘la bota del comunismo’, ya que en cualquier momento pueden perder su casa, y no pueden manifestarse contra el gobierno sin ser reprimidos violentamente (estos dos hechos son consecuencias inherentes al comunismo, como bien sabemos todos). Tal vez sea porque no queremos darnos cuenta de que una media de 500 familias al día pierden su casa en España, o que cada manifestación pacífica acaba con cargas policiales. Y no quiero ni entrar al tema de los infiltrados (más allá del famoso «¡Que soy compañero!» tenemos ejemplos lamentables en grabaciones de internet de policías infiltrados reventando manifestaciones).

[2] Vale que nos apalizan policías, pero al menos no son comunistas

Aquí nos reímos de que en Venezuela se repitió un referéndum para modificar la Constitución porque el caudillo Chávez aceptó una derrota de 0.6 puntos. Igual es porque no nos acordamos de que en nuestra fantástica democracia los dos partidos mayoritarios pactaron una reforma constitucional sin consultar al pueblo en 2011. Sí, hombre, la reforma neoliberal esa que ninguno de los dos llevaba en el programa con el que se supone que representan a sus votantes.

Aquí nos reímos de que un antiguo conductor de metro pueda llegar a presidente. También puede ser que sea porque no recordemos que tenemos a una ministra de Trabajo que nunca ha trabajado y que le pide ayuda a la Virgen del Rocío para salir de la crisis, o que tenemos a un ministro de Economía que formaba parte de uno de los bancos responsables de la crisis (y que quebró en 2008).

Aquí nos escandalizamos cuando se nacionaliza por allí una empresa clave de recursos, como pueden ser petroleras o eléctricas. ¡Qué pavor! Aunque bien mirado, tanto hablar de que eso son repúblicas bananeras nos ha tenido muy ocupados como para leernos el artículo 128 de nuestra Constitución, que establece que toda la riqueza del país está subordinada al interés general.

Aquí no nos escandalizamos cuando el gobierno indulta a seis policías condenados a cárcel por torturas a un inocente; o cuando se realiza una amnistía fiscal para legalizar el dinero negro, sin preguntarse si viene de tráfico de armas, trata de mujeres o delitos financieros; o por el hecho de tener una lista de los mayores defraudadores guardadita en un cajón; o cuando nuestro modelo empresarial, Amancio Ortega, se ve envuelto en esclavitud; o porque no se pide que rinda cuentas a Emilio Botín por dar información falsa sobre operaciones que representan casi mil millones de euros (igual de la noticia os suena el nombre de Alfredo Sáenz, al que indultó el gobierno de Zapatero); o cuando se ignora la obligación de los antidisturbios de ir identificados… No, claro que no, estamos demasiado ocupados sintiendo pena por aquellos que no tienen nuestro fantástico sistema electoral de vota-cada-cuatro-años-y-cállate. Ese sistema electoral que permite la elección de corruptos, el mismo que colocó en el gobierno a Eduardo Zaplana cuando años antes habían salido conversaciones suyas en las que hablaba de repartirse comisiones ilegales (pero ¡aaaahhhh! como las pruebas no pudieron admitirse por haberse obtenido en el transcurso de otra investigación podemos dejar de sentirnos culpables).

Sin embargo, ese odio visceral por los malvados represores de izquierdas como Correa o Chávez parece desaparecer cuando hablamos de gente buena, como Obama.

[3] ¡Qué enrollado Obama! Ese high-five compensa las torturas en Guantánamo

Nadie piensa en populismo cuando se habla de EEUU, ¡se habla de carisma! A todos nos da escalofríos pensar en esos malvados países sudamericanos, que tantísimo tienen que aprender de democracias como EEUU, famosas por haber apoyado golpes de Estado como el de Chile en 1973, haber invadido países bajo excusas falsas, asesinar civiles, bombardear ciudades, apoyar la ocupación de Palestina, etc. Recordamos que hablamos de un país democrático, «el líder del mundo libre», que retiene a presos sin juicios y bajo condiciones de tortura (fun fact, sólo ha habido siete condenados salidos de Guantánamo, seis de ellos en un juicio sospechoso). Del país que invade a otros con pruebas falsas de tener armas nucleares a pesar de ser el único país que las ha utilizado contra población civil. Y dos veces nada menos. Menos mal que no tienen sanidad pública, o tendríamos que empezar a sospechar que tal vez no son tan buenos.

Otro apunte que me parece curioso es la justificación de la mala situación económica según el país. Los problemas económicos de países socialistas o comunistas, son evidentemente culpa del socialismo. Si Europa entera quiebra y los países de la periferia caen como fichas de dominó, la culpa es de la crisis. Ojo, no del capitalismo, ni de la crisis capitalista. Es de la crisis. Y ya está. Punto. Chitón, no vaya a ser que venga el socialismo y nos joda estos tres añitos tan buenos de reformas que llevamos y que tanto bien nos han hecho. Que aquí nos mean y todavía abrimos la boca, ¿eh?  Tienes un gobierno que lleva año y medio haciendo reformas que no han mejorado la calidad de vida de nadie y todavía lo votarías cuando vuelva a tocar. Que nosotros somos listos, no como en Venezuela.

La última reflexión que tengo es sobre la alienación. Si bien no me veo capaz de explicarme mejor que Julio Anguita, puedo intentar expresarme al menos. Pero por favor, si no has escuchado el discurso que acabo de enlazar, hazlo, como favor personal. Tiene 14 años y podría ser de ayer mismo.

¿Ya? Eso espero. Ahora ya puedo decir que recuerdo cuando este verano el alcalde de Marinaleda, Sánchez-Gordillo, asaltó un supermercado. No es este post el sitio para dar mi opinión acerca de lo acertado o erróneo de esa acción, pero puedo decir que como experimento social es inigualable. Recuerdo las comidas en casa, con algún familiar muy de derechas que tengo echando espuma por la boca cuando salía el caso por la tele. No faltaron los «A este tío habría que colgarlo», «Menudo sinvergüenza, a la cárcel de por vida» y más lindezas. Hay que recordar que se sacaron carros por un valor total de 400€ en productos de alimentación básicos que fueron distribuidos entre los vecinos más pobres de Sevilla (ante la negativa del Banco de Alimentos de recogerlos por su procedencia). Daba la casualidad de que en aquel momento se estaba empezando también la imputación de Rodrigo Rato. Igual os suena, es este hombre que dirigió el FMI durante sus peores años… Sí, hombre, este que ha fichado ahora Telefónica. Que sí, la misma Telefónica que se privatizó él mismo por cuatro duros. ¡Menuda casualidad! Bueno, pues la visceralidad disminuía a mínimos históricos en ese caso, o cuando salían corruptelas políticas de diverso signo «conservador». Era como si domasen a la fiera.

[4] Que no os engañe, a pesar de dirigir un pueblo comunista una vez viajó en primera, ¡menudo prenda!

El robo de 400€ a uno de los empresarios privados más ricos de España se entendió poco menos que como un ataque a la soberanía nacional. ¡Todos estábamos en peligro! Es decir, mañana mismo podría pasarnos a cualquiera lo de levantar un imperio multimillonario y sufrir un duro golpe como ese. Ya el robo de millones del erario público es otra, porque ese dinero no es de nadie, ¿no? Bueno, o igual es que es de todos, pero sea como sea el españolito medio se identificaba más con un señor que quiere imponer condiciones laborales como las de China que con el Estado, con la propiedad pública.

Pero bueno, vamos a estar animados, que igual importamos la moda de los minijobs y ya podemos ser esclavos pero legales, no se le vaya a caer el pelo al jefe con un escándalo como el de Amancio Ortega.

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[1] http://media.melty.es/article-1057148-ajust_930/hugo-chavez.jpg
[2] http://www.nuevatribuna.es/media/nuevatribuna/images/2011/10/03/2011100314080657039.jpg
[3] http://i.telegraph.co.uk/multimedia/archive/01697/obama-high-five_1697230i.jpg
[4] http://www.larazon.es/documents/10165/0/LA_RAZON_389295_031and15fot1.jpg?fmt=mod14

Conciencia política

Hoy me he topado con un vídeo bastante perturbador. En él se veía a un grupo de personas, en noviembre de 2012, ir al estadio del Betis a abuchear a los jugadores, un día después de que el Sevilla les encajase cinco goles.

El vídeo en cuestión es este:

No he podido evitar recordar cuando el 15 de mayo de 2011 nos reunimos muchos en las calles para pedir una democracia de verdad, para exigir una lucha firme contra la corrupción, una ley electoral justa, una solución a la situación que entonces estaba empezando. Aquel día coincidió con el ascenso del Betis a primera división, y más de quince mil personas, que se dice pronto, fueron a aplaudir al equipo, a jalear al paso de dos autobuses descapotables llenos de futbolistas.

Se necesitaron dos manifestaciones multitudinarias en Sevilla para que una cifra similar de gente saliese, ya en plena crisis, a la calle a protestar por su situación. Me atrevo a decir que muchos de los parados –o estudiantes, jubilados o cualquier otro colectivo afectado por los recortes– que fueron a vitorear a los veinte millonarios que le dan patadas a una pelota de cuero no salieron a pedir la continuación de la ayuda al desempleo, ni a la lucha contra la subida de tasas universitarias, ni se organizaron para frenar el copago, ni asistieron a tantas otras protestas que ha habido en los últimos dos años en España. Imagino que ni las huelgas ni las manifestaciones arreglan nada, pero salir a aplaudir al Betis lo hace más de primera división o algo así.

Dos años después compruebo con horror que hay gente que un lunes por la mañana va a abuchear a ese mismo equipo. Intuyo por los horarios que están en paro (los lunes al sol, ya sabéis), así que deduzco que hay gente parada que todavía se indigna con el resultado de un partido de fútbol, que hace quince horas de cola y se gasta 70 euros para entrar a verlo, que llora cuando «no lloraba desde que se murió mi padre»… Hay personas que rompen a llorar de rabia con un partido de fútbol y no con el expolio que está sufriendo el país en el que viven, y que sin nada mejor que hacer, echan la mañana pitando a aquellos a los que hace meses aplaudieron; que hacen de la visceralidad una forma de vida, hasta con cierto orgullo; que exigen responsabilidades a futbolistas y no a políticos; que están más preocupados por la venta de su club que por la venta por partes de su país.

Por mi parte, cada vez está más cerca mi exilio voluntario y tiene pinta de que va a pasar un buen tiempo antes de que vuelva. Y por cosas así, cada día me da menos pena.

Los caminos del Señor son inescrutables… cuando nos conviene

Ayer me pararon por la calle dos mujeres, una de unos treinta y pocos y muy mona y otra algo mayor con cara de persona afable. Yo, que soy de pueblo y no tengo maldad, no pude imaginar que no fuese para pedir ayuda o contarme algo que seguro que me iba a interesar, así que imaginad cuál fue mi sorpresa cuando decidieron romper el hielo con «¿Crees que irás al Cielo al morir?»

Tened en cuenta que en la jungla no suelen pararte para ofrecerte la salvación divina, y nunca he sido demasiado conocedor de las convenciones sociales, así que desconocía el protocolo en estos casos. Por ser educado, decidí responder y ver qué podía ofrecerme su todopoderoso líder. Por la palabra ‘Cielo’ ya intuía que se trataba de cristianas, y en cuanto ojeé el folleto pude comprobar que eran evangélicas. En ese momento de verdad creí en la existencia de un ser superior que me quería alegrar el día: la noche anterior había intentado tener un enriquecedor debate acerca de la bondad del Dios cristiano con unos amigos, pero se vio frustrado por un «PERO SI OPINAMOS LO MISMO, DEJEMOS EL TEMA» de uno de ellos en el momento álgido. Como era evidente que no pensábamos lo mismo y que me había tenido que quedar para mí mis opiniones, estaba bastante frustrado, y de golpe aparecen estas dos señoras ofreciéndome hablar de Dios.

– ¿Crees que irás al Cielo cuando mueras?

– No. Creo que no existe nada tras la muerte, no creo que exista ningún dios que me juzgue y si de verdad existe, tengo una opinión nefasta sobre él.

A ambas mujeres se les iluminaron los ojos un poco cuando me oyeron decir que, de existir un dios, lo considero un dios bastante chapucero e hijoputa. Imagino que entraba dentro de su abanico de gente a la que merecía la pena abordar: joven desencantado con suficientes taras como para pararse en mitad de la calle a hablar con ellas.

– ¿Y eso? ¿No sabes que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, que somos sus criaturas predilectas y que nos creó para tener compañía?

– Eso he oído durante 15 años en el colegio católico al que he ido, pero nunca supieron responderme a muchas cuestiones que al principio me impidieron tener fe y al final directamente me empujaron al ateísmo.

– ¿Y qué cuestiones son ésas?

La chica joven era extranjera y tenía una forma bastante hipnótica de pronunciar cada palabra. Además, no dejaba de sonreír nunca.

– ¿Por qué pasan cosas malas? Hay gente que se muere de cáncer, que tiene que vivir en la más absoluta pobreza, gente buena que pasa auténticos infiernos y niños a los que no se les da la oportunidad de ser buenos o malos porque se les da un fusil y se les manda matar. ¿Cómo puedo creer que hay un dios que nos quiere como a sus hijos pero deja que esto pase?

– Ah, porque Dios nos da la libertad, el libre albedrío, la capacidad de hacer lo que queramos. Eso que pasa, esos asesinatos, las guerras, ¡son pecados del hombre, no son pecados de Dios, que es perfecto! Dios nos ama tanto que nos da la libertad absoluta.

Por supuesto, tras quince años en un colegio católico y habiendo hecho catequesis y seis años en grupos de vida cristiana, había recibido esa respuesta incontables veces. No pretendía recibir una respuesta satisfactoria, sino hacer que fuesen ellas las que dijesen que tenemos libertad absoluta.

– Pero si ahora viene un coche, se mete por la acera, me atropella y me mata, ¿dónde ha estado mi libertad? Yo no he elegido eso, es muy injusto.

– Ya, pero Dios no se mete en esas cosas. En eso consiste el libre albedrío. Si has sido una buena persona, irás al Cielo tras morir, esa es tu recompensa, así se compensa lo que crees que es una injusticia.

– Entiendo… Pero no tengo pruebas de este dios del que me habláis. Si me creó para hacerle compañía, qué menos que manifestarse.

– Ah, pues hay muchos ejemplos de que existe, casos en los que creer en Él ha salvado vidas. Por ejemplo, mi marido –prosiguió la mujer mayor, española–, se puso a nadar en la playa y la marea lo arrastró hacia dentro. Había ido allí solo, y el tiempo era tan malo que no había ninguna esperanza de sobrevivir. Entonces, se encomendó a Dios, y Dios le salvó. El mar lo escupió, lo echó a la orilla, cuando ya daba su vida por perdida, porque Dios así lo quiso.

– ¿Entonces Dios te salva si tienes fe y se lo pides cuando lo necesitas?

– ¡Por supuesto!

Sonreían cada vez más, seguramente pensando que estaba siguiendo el camino que me marcaban. No eran conscientes de que ese camino lo había seguido yo miles de veces debatiendo conmigo mismo, con profesores, con catequistas, y que veía que no llevaba a ningún destino claro.

– Entonces, vivir es bueno, ¿no? Es un premio que nos da Dios al nacer y que hasta nos puede prolongar si tenemos fe en Él.

– Claro. Si tienes fe, Él te salvará cuando más lo necesites.

– Pero he visto a gente muy creyente, creyente de veras, morir de forma prematura. Les he visto dejar atrás familia, hijos pequeños, proyectos solidarios que habían emprendido… ¿Por qué Dios no les salvó a ellos?

– Porque Dios tiene un plan para todos, y quería a esas personas con Él, en el Cielo. Su plan, el plan que tiene para todos nosotros, así lo exigía.

Por fin estábamos llegando al hueso con el que siempre se topaban aquellos que intentaron convencerme durante la juventud, y creo que no se estaban dando cuenta.

– No lo entiendo. Dios nos da libertad absoluta, pero es Él quien decide quién vive y quién muere. Si alguien me atropella a mí, no decide Él, decide el conductor asesino, pero si la muerte es en una cama de hospital, entonces sí. Al parecer, Dios empieza a actuar sólo cuando no me han rematado, ¿no? Si ese coche no me matase y yo fuese trasladado al hospital, ya sí estaría en sus manos, pero si muero en la calle, Él no ha tenido nada que ver. Digo más, al parecer Dios puede decidir alargarnos ese regalo divino que es la vida si tenemos fe en Él, y sólo en Él. Imagino entonces que si en vez de tu marido se hubiese estado ahogando alguien que nunca ha oído hablar de Cristo, Dios no lo hubiese salvado. ¿Por qué? ¿Acaso es culpa suya? Incluso si ha oído hablar de él pero no le convence, ¿merece morir? ¿No fue Él quien nos dio el pensamiento crítico? Entonces, ¿cómo funciona esto? ¿Me da la capacidad de elegir por mí mismo mi propia religión y en qué creer pero sabiendo que si no creo en Él tengo más posibilidades de morir? ¿Y dónde está el libre albedrío si hay un plan para todos? Si su plan incluye que un padre de familia creyente muera en una cama de hospital después de que le apuñalen en la calle, ¿no ha sido Él el que lo ha enviado a la cama de hospital para morir, pues era necesario para su plan?

Me frené a mí mismo ahí, porque no quería atosigar. Tenían un buen trozo que mascar antes de responder, y de verdad encontraba la charla interesante, así que no tenía ninguna intención de matarla cerrándome en banda.

– Bueno… Para eso está la fe, para las cosas que no comprendemos.

– Pero no es cuestión de no comprender. La fe que me pedís que profese incluye dos cosas contradictorias, ¿en cuál creo? No puedo creer en ambas, no auténticamente, porque no las entiendo.

– Es que Dios funciona de formas misteriosas –decidió comentar la chica joven– que no tenemos que entender en ese momento. Por ejemplo, una chica de mi comunidad tenía un único hijo, de cinco años, y se le murió de leucemia. Ella lloró mucho, y no sabía por qué Dios la castigaba así. Entonces, a los pocos años, Dios se le reveló en sueños, y le mostró que si su hijo hubiese crecido se hubiera convertido en un criminal y un asesino, y que era mejor así, que ahora estaba con Él en el Cielo.

Su sonrisa era interminable. Verdaderamente creía esa historia, y veía bondad tras ese acto. Servidor era perfectamente consciente de que no habían respondido a mis dudas anteriores, y que la respuesta obvia a esa pregunta es «Tu amiga está trastornada, posiblemente por el dolor, pero estoy bastante convencido de que Dios no le ha hablado», de la misma forma que se podría pensar que la forma correcta de haber comenzado el debate era con un «¿Cómo que hay un Cielo? Quiero pruebas». Sin embargo, prefería darles cancha, aceptar la existencia de un Cielo y un Infierno (si el primero va con mayúsculas, el segundo también, ¿no?), de un Dios que juzga y de los parches que se han ido poniendo a las evidentes lagunas de esa religión; prefería que supiesen que estábamos jugando en su terreno, bajo sus normas, pero que yo sabía las reglas, que las había aprendido tras muchas mañanas de oración en el colegio, tras muchas reuniones de catequesis, tras muchas misas y tras muchas lecturas por mi cuenta de la Biblia.

– ¿De verdad pasó eso? Es horrible. Ese chico nunca tuvo una oportunidad. Dios, que fue quien lo creó (y creo que habéis dicho que a su imagen y semejanza) lo hizo un asesino. Sabía que iba a convertirse en un asesino, nunca tuvo capacidad de elección: toda su vida estaba escrita desde el momento de su nacimiento. Así que Dios nos envía a un criminal y un asesino programado y decide que lo mejor es asesinarlo con una terrible y dolorosa enfermedad cuando es un niño inocente de cinco años, que no entiende por lo que está pasando. No me suena a plan divino, y si lo es, no es el de un dios bueno. Es el de un dios loco o un dios malévolo. No hay bondad en esa acción: ha dejado a una madre sola en el mundo, incapaz de albergar buenos recuerdos de su hijo, al que sabe un asesino a pesar de que la pobre criatura nunca hizo nada, y ha torturado durante un par de años a un niño.

Por primera vez en la charla, se les quitó la sonrisa de la boca a ambas. Estaban preparadas, imagino que a base de práctica, para responder las cuestiones básicas, a moverse en el terreno que tanto tiempo habían estado estudiando, pero ellas mismas habían decidido salirse de él para intentar convencerme, y se veía que se estaban arrepintiendo.

– Bueno, como dijimos antes, los designios del Señor son inescrutables.

– Para lo que nos conviene, según me contáis. Si algo bueno ocurre, sin duda ha sido Dios premiándonos. Sin embargo, si algo malo ocurre, es que no entendemos a Dios. Creo que si aceptamos que no le entendemos, debe ser en lo bueno y en lo malo, no sólo cuando nos venga bien.

Y en ese momento, decidieron, de golpe, despedirse. Me estrecharon la mano, me sonrieron, me dijeron sus nombres, que ya no recuerdo, y la mujer mayor me dijo:

– Te planteas demasiadas cosas.

– Sólo hago uso de las capacidades que Dios me ha dado, ¿no?

Pero creo que por hoy ya te has planteado muchas cosas, es mejor que abraces la fe.

– No puedo si ni siquiera soy capaz de entender en qué tengo que creer.

Nos dimos mutuamente las gracias por la charla y cada uno fuimos para nuestro lado. El debate real fue bastante más largo, de unos veinticinco minutos, tuvo un buen rollito que no se aprecia en el post y tocamos temas como la idolatría, la naturaleza del mal y la subyugación de Satán a Dios (donde, para mi gusto, se hicieron más mal que bien al hablar), pero creo que por hoy ya es suficiente: si fui capaz de aburrirlas a ellas, sin duda también a vosotros.